Las personas somos seres sociales, vivimos en sociedad y generamos vínculos con nuestros semejantes en función de un sistema conversacional. Es imposible no comunicarnos.
En el proceso comunicacional, el lenguaje es el que permite comunicamos tanto entre nosotros como con nosotros mismos, sí, también la comunicación es interna, nos aconsejamos, nos retamos… Es más, me atrevo a decirles que a la persona que juzgamos con mayor severidad es a nosotros mismos
Sin embargo, no nos comunicamos solamente con el lenguaje.
Los tres dominios de la persona
Las personas tenemos tres dominios de observación que determinan la forma en que vemos el mundo, las acciones que realizamos y el tipo de comunicaciones interpersonales que desarrollaremos. Estos dominios son: corporalidad, lenguaje y emociones.
Los tres dominios están interrelacionados entre sí; lo que acontece en uno tendrá repercusiones en los otros dos. Un cambio en uno de los dominios generará cambios en los otros dos. Así, por ejemplo, el arreglarme bien para una salida, no sólo mejora mi apariencia sino que me generará emociones de satisfacción y, mi diálogo interno será positivo.
La intersección entre los tres dominios es la coherencia de la persona: quien habla y se muestra tal como se siente, es una persona coherente.
Es imposible no comunicarnos, también lo hacemos de manera no verbal
Decimos que no nos comunicamos solamente con el lenguaje, y hasta tal punto es así que nuestras palabras constituyen tan solo el 7% de nuestra credibilidad; la mayor credibilidad la tendrán los gestos, la mirada o la postura de cada uno de nosotros.
En tanto haya coherencia no hay inconveniente, pero, si no la hay, si se advierten diferencias entre lo que una persona dice y nuestra percepción en función de su lenguaje corporal, daremos mayor credibilidad a este último que a las palabras expuestas, es decir, a aquello que es más difícil fingir, lo que nos muestra como somos con mayor fidelidad.
Así las cosas, es imposible no comunicarnos.
La sola presencia de un “otro” ante nosotros genera una respuesta, y esta respuesta será de aceptación o rechazo. Puedo elegir hablarle o no, pero aunque no lo haga, me estaré comunicando y en esa comunicación le estaré diciendo que su presencia no me interesa.
Nos comunicamos con palabras (oralmente o por escrito), con el lenguaje corporal e incluso con silencios.
Hay silencios que significan cariño, comprensión (por ejemplo, acompañar en silencio a alguien que está muy triste), silencios que implican desaprobación (quedarnos en silencio ante una propuesta), silencios que indican incomodidad en el estar con una persona (silencios incómodos donde dos personas no saben de qué hablar).
Por lo tanto, de una forma o de otra, para bien o para mal, siempre nos comunicamos, tanto en nuestra vida personal como en lo laboral. Por eso reiteramos… es imposible no comunicarnos…
En esa comunicación estará impreso cual es el trato que le doy a ese “otro” que está frente a mí, puedo tener un trato personal o un trato cosificante.
Trato personal y trato cosificante
Tendré un trato personal cuando trato a alguien como a un igual a mí, me intereso en la persona, manifiesto empatía, le escucho, le valoro en su carácter de persona única, irreemplazable y distinta a cualquier otra.
Por otra parte, tendré un trato cosificante si, lejos de interesarme, reduzco el valor de ese “otro” al de una cosa. No me interesa tener un diálogo verdadero con esa persona: las cosas o bien nos sirven para algo, o nos estorban, o simplemente no nos interesan.
De allí entonces se desprenden las tres formas que puede tener la cosificación:
Formas de cosificación
La cosificación puede significar que el otro sea para mí un obstáculo, es decir, algo que se interpone entre mi persona y lo que yo quiero, así, por ejemplo, quienes están delante de mí en una fila en el banco.
Otra forma de cosificar es considerar al otro un instrumento, los instrumentos sirven para algo: un cuchillo para cortar, un teléfono para llamar a alguien, etc. Asi entendida la persona también sirve para algo: de allí provienen las relaciones en términos de utilidad, hacerme amigo de una persona poderosa para solicitarle trabajo; tener vínculo cercano con quien ejerce la jefatura para obtener ventajas.
Por último, otra forma de cosificar es considerar al otro como “nadie”; su misma existencia no me interesa a punto tal que considero innecesario comunicarme con él. En tal sentido, me es indiferente, lo ignoro. La indiferencia constituye la peor forma de destrato.
Lo que nos tiene que quedar claro que siempre que estemos ante una persona nos estaremos comunicando y, más allá de las palabras que le transmitamos, le comunicaremos nuestra aceptación o rechazo.